Este fin de semana ha sido difícil, de hecho esta entrada la debía haber publicado ayer pero fue imposible.
 
El viernes me empezó a doler bastante el nervio ciático, y es que últimamente no tengo buenas posturas y mi chiquitín que ya pesa lo suyo lleva un tiempo más demandante de brazos de lo normal en él.
 
El sábado el dolor se hizo más intenso y no podía ni cogerle. Al llegar la noche hasta cojeaba y tumbada era donde peor estaba. Hice unos ejercicios que me recomendaron y pasé unas horas de la noche bastante aceptables, pero a eso de las 5:00 de la mañana mi peque se despertó llorando y vi que tenía algo de fiebre. Hasta las 6:00 aguantó más o menos pero a partir de ahí ya solo quería estar encima mío…y yo con mi dolor que casi  no podía ni cogerlo. Estuve con él medio sentada medio tumbada cerca de dos horas y cuando ya no podía más me levanté, confiando en que el papi me ayudase, pero el nene sólo quería estar en mis brazos.
 
Fue pasando el día y mi dolor como por arte de magia desapareció. Yo creo que pensó que no le iba a hacer caso y se fue, cosa que le agradezco en el alma. Si hubiese seguido ahí lo hubiésemos pasado todos mucho peor, ya que pasé casi 15 horas con el pequeño encima.
 
En otras ocasiones lo que hemos hecho para controlar la fiebre ha sido ponernos piel con piel y siempre ha funcionado, pero ayer no lo conseguíamos, le seguíamos notando caliente y aquí empezó el lío.
 
Intentamos todos los remedios que conocíamos y comprobamos una vez más lo difíciles que son los niños intensos y sensibles para las cosas más normales.
 
Solo aceptaba estar en mis brazos y cualquier leve movimiento o cambio era motivo de un llanto ensordecedor, así que te puedes imaginar cómo fueron todos nuestros intentos.
 
Lo primero que decidimos hacer fue ponerle el termómetro ya que no sabíamos la temperatura exacta. Nuestro termómetro es de los antiguos de mercurio que se supone que son los que mejor miden, pero son lentos. Siempre lo usamos en la axila, así que le levantamos el brazo con cariño y depositamos el termómetro con más cariño aún, entonces mi hijo aulló como si en vez de un termómetro le hubiésemos puesto un cuchillo. Un poco de teta para que no mueva el brazo y a esperar la temperatura mientras intentábamos relajarnos después del primer asalto.
 
 
 
Una vez comprobada que la temperatura era demasiado alta (39,7ºC) y ya un poco nerviosos nosotros también seguimos manos a la obra empezando por lo que considerábamos menos traumático o agresivo: un pañito con agua que dulcemente le pusimos en la frente. El aullido fue tan tremendo y se retorció del tal manera que le pregunté a mi marido si lo había mojado en agua o en ácido sulfúrico.
Lo intentamos un par de veces más y el sofocón que se estaba llevando lo único que podía hacer era subirle más la temperatura, no bajársela.
 
Así que pasamos al siguiente paso: el baño. Llevamos solo un par de semanas teniendo baños agradables. Hemos tardado 16 meses en conseguir que le gustase bañarse, y yo no tenía claro que en estas condiciones fuese lo mejor, pero algo había que hacer así que….a la bañera.
 
En esta ocasión ya no  pude dudar de si mi marido había echado algo al agua porque fui yo la que preparó la bañera, así que le tuvimos un ratín chiquitín y para fuera.
 
En este punto estábamos ya agotados de luchar, crispados de tanto llanto, y nerviosos porque la fiebre ahí seguía y a él le veíamos mal. A todo esto mi ciática completamente olvidada y mi niña la pobre un poco ignorada.
 
Se nos estaban acabando los recursos así que nos fuimos a por el paracetamol. En cuanto mi hijo lo vió, empezó a retorcerse y a gritar. No podíamos sujetarle entre los dos, pero ¿de dónde sacan estos niños esa fuerza? Después de forcejear un rato, lo conseguimos. Le dio una arcada como siempre pero esta vez no lo vomitó, y es que tiene un sabor que a mí también me produce arcadas.
 
Pasó un rato llorando mi pobre, mientras nosotros nos sentíamos fatal por tener que hacer las cosas de esa manera. Debe ser fantástico que tu hijo se tome las medicinas sin rechistar, y se deje poner el termómetro tranquilo, pero no es nuestro caso. Con nuestra hija siempre fue así y lo volvemos a experimentar con su hermano. Es realmente agotador y es en la faceta en la que me siento peor como madre.
 
Al cabo de un rato, le bajó la fiebre y hoy está perfecto. Vemos que le está asomando un diente y no es la primera vez que la salida de un diente le produce tanta fiebre, cosa que a mi hija no le pasaba.
Los niños tienen una capacidad de recuperación asombrosa y hoy nadie diría que ayer pasó todo el día tan mal. Yo estoy agotada, no me recupero tan fácilmente.
 
Yo creo que la especial sensibilidad de estos niños les hace reaccionar así: al frío del termómetro, a la humedad del paño, al sabor de las medicinas….y ¿sabes por qué lo se? Porque a mí me pasa algo parecido.
 
Así que no nos
queda otra que aguantarlo con paciencia y con amor procurando que sus defensas estén siempre a punto para no dejar pasar a virus y bacterias.