Hoy quiero compartirte un artículo que me ha parecido interesante. El texto está extraído de la web del Doctor Sears y la traducción ha sido hecha por Maite de Adivina cuánto te quiero.
Aunque ninguna persona ni familia está a salvo de la ira, hay algunas formas en las que puedes ayudar a tu hijo a manejarla.
1. AYUDA A TU HIJO A SENTIR PAZ INTERIOR
Diversas investigaciones han demostrado, y nuestra experiencia lo confirma, que tanto los hijos que se sienten conectados como sus padres se enfadan menos unos con otros. El hijo conectado, que crece con sensación de bienestar, tiene un modelo de paz. Él se enfadará, pero aprende a manejar ese enfado de forma de tal forma que esa ira no se apodere de su personalidad. Los padres conectados conocen bien a su hijo, así que tienen menos tendencia a generar situaciones que les lleven a ellos y a sus hijos hacia el enfado. Los padres que crían con apego saben que no es necesario ser severo para mantener el control.
Los niños no conectados actúan desde una confusión interior. En su interior, el niño siente que le falta algo importante y la ira se apodera de él (Este sentimiento puede continuar una vez es adulto). Este vacío es probable que se revele en sí mismo como rabia hacía sí mismo y sus padres, llevando a todos hacia el riesgo de convertirse en una familia irritada.
2. NO DEJES QUE TU HIJO CARGUE CON DEMASIADA RABIA
Anima a tu hijo a reconocer cuándo está enfadado, empezando desde bien pequeño. Escúchale con atención, ayúdale a trabajar esos sentimientos. Ante una audiencia dispuesta, que empatiza en vez de juzgar, los niños a menudo hablan de lo que llevan dentro. Nuestro hijo de ocho años, Matthew, insistía en ver cierto programa de TV. Yo no estaba de acuerdo y él se enfadó. Matt sentía que tenía que ver ese programa. Yo sentía que el contenido del programa era perjudicial para su crecimiento y su armonía familiar. Escuché atentamente y sin juzgar lo que Matt suplicaba. Una vez habló, también lo hice yo. Con calma, expuse mi punto de vista, transmitiendo a Matt que entendía su punto de vista aunque no lo compartía. Le hice varias preguntas como “Por qué el programa es tan importante para ti?” “ Puedes pensar en alguna actividad más divertida que ver el programa?” “Matt, entiendes por que no quiero que veas el programa?” “Estás aburrido? Si es así, yo tengo una idea…”. Gradualmente Matt se dio cuenta de que el programa no valía la pena. A medida que el diálogo fue continuando, sus ojos se secaron y su cara se fue relajando. Esto seguro también de que el número de pulsaciones bajó. Finalizamos riéndonos de la situación, de cómo un estúpido programa le había hecho sentir ira. Salimos a jugar fuera.
3. BUSCA DEBAJO DEL “MAL” CHICO
Los niños que habitualmente se portan mal son normalmente niños enfadados. Si tu hijo parece “malo” todo el tiempo o tú “no sabes qué más hacer” o tu hijo parece retraído, busca debajo de la superficie lo que está haciendo sentir rabia a tu hijo. Realizando counselling a padres de estos hijos, me he encontrado con dos causas: hay mucha rabia en la familia – madre y/o padre están al borde todo el tiempo y los chicos incorporan esos sentimientos como parte de sí mismo; o el chico se siente enfadado porque su sensación de bienestar está amenazada. Ayudar a chicos que se portan mal repetidamente o parecen “malos” más que “buenos” a menudo empieza por una revisión de toda la familia. Haz inventario de las influencias en la vida de tu hijo. ¿Qué hace crecer su autoestima? ¿Qué la hace disminuir? ¿Qué necesidades no están siendo reconocidas? ¿Qué tipo de ansiedad interior es la raíz de su ira? La rabia es sólo la punta de iceberg y avisa de las necesidades de las que nos tenemos que ocupar bajo la superficie.
La rabia interna a menudo hace que un niño se retraiga. En una lucha para rechazar los ataques a su tambaleante autoimagen, este niño se pone una coraza protectora. En la superficie puede parecer calmado, pero dentro de él hay una válvula a presión de emociones que necesitan ser encauzadas o reconocidas. Para mantener el control, el niño se retira, evitando la interacción que puede dispararle. Por este motivo, recomendamos poner los ojos dentro de la mente de vuestros hijos- las cosas pueden parecer diferentes según la perspectiva desde la que se mire.
Para un niño es devastador sentir que es “malo”. A no ser que ese sentimiento se invierta, el chico crece actuando tal y cómo se espera. Para sacar ese sentimiento de ser “malo” puedes intervenir de forma tranquilizadora “tú no eres malo, sólo eres pequeño, y las personas pequeñas a veces actúan de forma boba. Pero papá te ayudará a dejar de actuar así y así crecerás sintiendo que eres la maravillosa persona que sé que eres”. Esto manda el mensaje a tu hijo de que te preocupas en buscar al buen chico debajo del mal comportamiento.
4. LA RISA, LA MEJOR MEDICINA ANTE EL ENFADO
El humor difumina el enfado. A nuestros hijos les encantan los espaguetis (cuanto más mancha la salsa, más les gustan). Una vez, durante la cena, dejamos como encargados a los mayores de los dos pequeños (2 y 5 años) que estaban jugando con su comida. Como a menudo pasa en las familias numerosas, el mayor delegó la responsabilidad en el siguiente, y así respectivamente. Lauren y Stephen al final estaban sin nadie que les supervisara, así que hubo frenesí a costa de los espaguetis. Cuando descubrimos lo que había pasado, preguntamos a los mayores. Nosotros les gritamos y ellos se gritaban entre sí. Lauren y Stephen se esforzaron por enseñar a sus hermanos mayores su salsa cubriendo sus mejillas, pelo, frente. Todos comenzamos a reír y trabajamos juntos, con buena actitud, en limpiar a los niños y todo el follón. Ahora, cuando delegamos la autoridad, tratamos de estar seguros que el niño tiene una edad suficiente para asumir la responsabilidad.
5. MODELA EXPRESIONES APROPIADAS PARA EXPRESAR ENFADO
El enfado expresado de forma inapropiada bloquea tu habilidad para enseñar de forma efectiva. Por ejemplo, tu hijo de 4 años hace algo sin sentido. Cubre al perro con salsa de espaguetis, y el perro acaba dejando sus huellas llenas de salsa en la alfombra blanca. Este no es el momento de estallar. Cuanto más grave es la situación, más necesario se hace tener la mente clara para evaluar las opciones y manejar la situación. Cada situación es diferente, y debes ser capaz de pensar de forma clara para poder reaccionar de la forma que se adecue mejor a la situación. La rabia nubla la capacidad de pensar. Las cosas dichas sin pensar a consecuencia de esa rabia hacen que las situaciones se vayan de las manos. Pegas al perro (lo que causa que corra por la habitación, manchando más con la salsa que lleva en el pelo); le das una palmada en el trasero al niño y lo mandas a su habitación (lo que te deja limpiando todo el desastre solo). En ese momento todo el mundo se siente maltratado. Un enfoque menos desbocado usando la cabeza y unas dosis de humor: rápidamente agarras al perro y lo llevas al baño, pidiendo al niño que te acompañe (con la voz más suave posible) a limpiar al perro y la alfombra. Tu hijo aprende cómo manejar una crisis y cuánto cuesta limpiar una situación semejante. Una rabieta por tu parte no va deshacer lo ocurrido, sólo a agravarlo.
El enfado pone una barrera entre padres e hijos. Nuestros hijos nos enseñaron esa lección. Vimos que existía distancia entre nosotros y nuestro hijo de 17, Peter. No nos estábamos comunicando con facilidad. Nuestra, por aquel entonces, hija de 14 nos dijo: “Él se queda en su habitación para escapar de los gritos. Se siente mal porque estáis enfadados y gritáis”. Nosotros no nos habíamos visto a nosotros mismos como unos padres enfadados, como una familia gritona, pero Peter sí lo vivía así, así que evitaba la interacción con la familia para preservar su paz interior. Hayden nos explicó en dos palabras cómo el enfado distancia, especialmente con chicos como Peter, de carácter tranquilo. Hayden nos hizo replantearnos cómo expresábamos nuestras emociones. Tuvimos una reunión familiar, para comentar que los gritos parecían un problema que nosotros necesitábamos solucionar, nos disculpamos por ellos y hablamos sobre cómo cambiar.
También queríamos que nuestros hijos se sintieran seguros para acercarse a nosotros, sin importar que habían hecho o cómo se sintieran. Así que nos prometimos eliminar el factor miedo: “Este es el acuerdo. Prometemos no interrumpir mientras estáis hablando. Escucharemos con calma todo aquello que queráis decirnos. No gritaremos”. No cambiamos de la noche a la mañana, y aún “explotamos” de vez en cuando. Cuando esto ocurre, nos disculpamos y nos movilizamos. Las muestras de enfado asustan a los niños y les ponen a la defensiva. Ellos retrocederán a un caparazón protector o crecerán asumiendo ese enfado como parte de su personalidad. Una vez se eliminó la barrera del miedo, Peter empezó a salir de su habitación. Y continuamos trabajando en nuestra forma de comunicarnos. Aprendimos a decir de forma calmada: “me siento enfadado cuando tú…” Los niños y las parejas necesitan saber qué te hace sentir enojo. Ello no necesitan ver tu rabia explotando en ellos.
Los niños pequeños se sienten devastados ante las muestras de rabia fuera de control de sus padres. Sienten que sus padres han dejado de quererles, que les van a herir o dejar. Tú no quieres que tu hijo vea sus sentimientos alterados porque está asustado de qué puede hacerte perder el control. Los adultos deben ser responsables de controlarse a sí mismos. Los niños no deberían estar en una situación donde se les haga sentir responsables del control de la rabia de los mayores. Eso introduce patrones disfuncionales en el crecimiento de tu hijo. Si tu enfado está fuera de control y estás asustando a tu hijo, busca ayuda. Tienes que aprender que no es erróneo sentir enojo, incluso siendo adulto (recuerda, tienes corazón). Desgraciadamente a muchos de nosotros nos enseñaron de niños que los sentimientos negativos son malos, pecaminosos o espantosos. El enfado en sí mismo no es algo malo- es una respuesta normal. Lo que puede llegar a ser muy malo es lo que hacemos con ese sentimiento. Permanecer en calma aparente ante cualquier sentimiento (rabia, miedo, incluso amor) es una medida de madurez emocional. Tu hijo aprenderá cómo manejar su enfado viendo cómo lo manejas tú. Nuestra meta es conocer y comunicar nuestros sentimientos (de esta forma nuestros hijos verán que somos personas) y al mismo tiempo enseñar en qué tipo de personas queremos que se conviertan.
Si tu hijo y tú tenéis una relación sana, no te preocupes porque un arrebato ocasional vaya a dañar a tu hijo. En realidad, es saludable que sepa que estás enojado o rabioso, siempre que no dañe a tu hijo. Un ejemplo de cómo una madre (ella y su hijo tienen una relación sana y basada en el apego) manejó su rabia:
Cuando mi hijo tenía 3 años, me sentía exasperada por su comportamiento. Se encontraba en lo que mi marido y yo llamamos un “descenso” una bajada temporal de madurez y juicio. Ese día estaba especialmente chinchoso. Después de varios “tiempos muertos” le llevé a su habitación. Le senté en la cama. Corrió hacia la puerta. Lo intenté de nuevo, con más firmeza. El hizo lo mismo. Le senté de nuevo en la cama y le dije: escucha! Crees que para mí esto es un juego? No lo es! De hecho, odio hacer esto! Sabes por qué estoy aquí? Sabes por qué me voy a mantener así hasta que hagas lo correcto? Porque te quiero y no me voy a quedar parada viendo como creces y actúas como un imbécil!” Estaba furiosa y no podía parar de decir “te quiero” con ira.
Pero cuando Sammy oyó la palabra “imbécil”, empezó a reír. No fue una risa tipo “qué me va a pasar?”, sino una risa sincera, de algo divertido. Me dí cuenta de que nunca había oído la palabra “imbécil” antes. ¿Qué pensaría que quería decir?. Tomada literalmente, supongo que se hizo una imagen mental bastante cómica. Esta pequeña situación nos dio la oportunidad de tomarnos un respiro, calmarnos y resolver la situación con “te quieros” calmados y abrazos.
Al relatar esta historia quiero resaltar que puedes leer todo sobre como enseñar a tu hijo lo que es correcto, pero en el corazón de la batalla, cuando tienes pocas municiones, quedas sólo tú, diciendo lo que piensas. Es arriesgado, de acuerdo, y potencialmente dañino si se te va de las manos. Pero a veces será la única forma de entrar y cambiar la situación.
6. ALIGERA EL PERFECCIONISMO
Los niños necesitan aprender que no pasa nada por equivocarse. Puedes modelar las ansias de ser perfecto de tu hijo, manejando tus errores. Tiras tu café, te ríes de ello. “creo que hoy he ganado al señor desorden hoy”. No despotricas si te olvidas la lista de la compra en casa. Los niños necesitan saber que los mayores también cometen errores. Esto es especialmente cierto en el perfeccionista que puede sentir que la aprobación , y por ello su valor, depende de estar libre de errores en casa y en el colegio. Nos dimos cuenta de que Matthew era muy duro consigo mismo si no hacía las cosas de forma perfecta. Nos dimos cuenta de que estaba captando nuestra tendencia a enfadarnos por nuestros propios errores. Una vez vio que nos relajábamos con nosotros mismos, lo hizo consigo mismo. Los errores son una buena forma de aprender, y aprendemos mucho en nuestra familia. Cuando uno de nosotros se equivoca, seguro que alguno de nosotros comenta: “ahora, qué podemos aprender de esta situación?” Si se pulsa el botón de la ira, esto no funciona. Ten cuidado de no reaccionar con rabia cuando alguien derrama la leche o rompe sus pantalones. Simplemente dí “Ahora qué podemos aprender?” Entonces, quizás hasta os riáis. La risa hace gran parte del trabajo, aunque tú fueras castigado por cada error cometido de niño.
gracias por este post!
Muchas gracias, ayuda mucho. Te agradezco mucho este artículo.Se lo enviaré a una amiga también.
Saludos
Ana
Gracias a vosotras por vuestros comentarios y por estar ahí!
Gracias! Justo necesitaba este artículo hoy! 😉
Me alegra haberte ayudado 🙂